martes, 18 de noviembre de 2008

"Soñar no cuesta nada"


"Soñar no cuesta nada"

Dicen que soñar no cuesta nada. Quizás por eso Aurelia se la pasa soñando con un turista rico que la saque de Cuba.

Nació en un humilde pueblo de campo, mas bien un batey de lo que antaño fuera un productivo central azucarero, y que ahora solo es la ruina de un pasado mejor.

La miseria del cada día obligó a sus padres a no tener otros hijos. Quizás por eso ella siempre se creyó princesa, aunque anduviera con los pies descalzos y la cabeza rapada para evitar los piojos que llenaban las paredes del aula en su escuelita perdida en el monte.

Cuando le llegó la adolescencia y tuvo que internarse en una escuela en el campo para continuar los estudios secundarios, con apenas doce años y ya la pubertad a flor de piel, conoció a Wilfredo; el profe de matemáticas que le enseñó, no los números y las ecuaciones que nunca le interesaron, sino el sexo libre y por la libre.El sexo que produce placer aunque carezca de sentimientos, aunque se sea una niña y todo parezca extraño.

Con doce años y sin haber tenido aun su primera menstruación, ya la linda Aurelia sabía tanto como cualquier meretriz de la antigüedad. A los catorce su profesor de historia, Clemente Hidalgo, un habanero cumpliendo el servicio social allá en el monte, le aseguró que ella era mejor en la cama que la misma reina Cleopatra..

Clemente se hizo amigo de sus padres y los convenció para que se mudaran para La Habana, porque allá les iría mejor. Sin muchos esfuerzos los ayudó a que dejaran todo por detrás para que aprovecharan el talento de la linda niña privilegiada. Estaba seguro que sería un buen negocio. Los turistas españoles, italianos, canadienses....pagarían una buena suma por unas horas con ella en un buen hotel de Cuba.

Cuando Aurelia cumplió los 16, el negocio iba muy bien. Clemente manejaba un carro remodelado quien sabe cuantas veces: un Chevrolet del año 1950, ahora pintado de negro y con algunas piezas plateadas muy brillosas que despiertan la envidia de cualquiera.

Con solo 16 años ya la otrora niña logró uno de sus sueños: acomodar a sus padres y que no les faltase nada. Ellos están felices, orgullosos de su hija.Viven en un apartamento pequeño allá en la zona del viejo Vedado. Apartamento que un turista italiano le dejó a la niña después de negociar con su dueña, una señora mayor que se iba del país la cual, ayudada por la jefa de la Dirección de Viviendas de La ciudad de La Habana, pudo violar las leyes para venderselo aunque en los papeles apareciera legalmente que se trataba de una permuta, de una casucha en un batey en un pueblo perdido en el interior de Oriente por un apartamento en el Vedado.
Maravillas del socialismo que despierta y hace posible la magia de los sueños de vivir en La Habana violando las leyes absurdas, usando los dolares para abrir las puertas cerradas, tumbar las murallas y burlarse de todos.

Aurelia se mira al espejo y se siente irresistiblemente atractiva. Sabe que es muy bella. Su cuerpo de gacela, su pelo largo, sus ojazos negros y la sensualiad que emana de la cadencia de sus caderas al caminar por las viejas y mugrientas calles de La Habana Vieja, que le quitan la respiración a cualquier hombre a cualquier hora del día o de la noche cuando ella pasa en su ir y venir en busca de clientes extranjeros, la estimulan a seguir soñando. Los piropos que le susurran al oído sus admiradores la mantienen viva en su empeño por alcanzar la libertad. Ya Clemente le molesta, ya no soporta que se quede con la mayor parte del dinero que ella gana acostándose con los viejos extranjeros que le dicen que ya está perdiendo facultades. Ya está llegando a la edad de las mujeres y ellos prefieren las niñas con caritas de ángeles y ojos asustados.

A Aurelia no le queda más que soñar con ablandarle el corazón a un buen turista, aunque sea un viejo muerto de hambre, para que se case con ella y la saque de Cuba... quiere librarse de las pesadillas del hambre pero sobre todo, de los tantos cuerpos sin rostro que han dormido con ella en los tantos hoteles exclusivos para extranjeros que circundan los cayos y playas de Cuba, cual trofeos de los tantos logros de la revolución castrista...

Esperanza E.. Serrano

martes, 11 de noviembre de 2008

Paloma, otro huracán.


Viviendas precarias de madera. Casas viejas que alguna vez fueron el orgullo de la ciudad de Santa Cruz del Sur, en Camagüey, Cuba. Casas que se construyeron con orgullo, con tesón desafiante como venganza de aquel ciclón de 1932 que se lo llevó todo y los dejó en la calle. Aquel histórico ciclón que se hizo famoso en todo el país por los daños que causó y que una década después algunos hasta se alegraron de su paso cuando estrenaban sus lindas casitas de madera techadas con tejas y pintadas con colores alegres, tenues, suaves, dando paso a un nuevo ciclo, a una nueva historia para los humildes habitantes del pequeño pueblo costero.

Nacieron nuevas generaciones y crecieron escuchando las historias del paso del ciclón. Las pérdidas humanas, los traumas psicológicos que sufrieron algunos que no pudieron recuperarse porque no encontraron resignación y consuelo para vivir sin sus seres queridos. Pero lo que más les gustaba escuchar a los niños y a los jóvenes eran las anécdotas de cómo de todas partes les llegaba la ayuda y cómo se unieron los vecinos para reconstruir el pueblo. Largas jornadas en las que se empataban los días y las noches trabajando duro en la construcción de las casas, las calles, el parque, en el perfeccionamiento de los acueductos y todos los servicios de la ciudad.

Cuando el pueblo quedó totalmente reconstruido, los vecinos le dieron gracias a Dios y a todos los que no los abandonaron y les hicieron sentir la solidaridad humana y el consuelo de que no todo estaba perdido.

¿Se repetirá la historia en Santa Cruz del Sur? ¿Se podrá levantar otra vez de sus escombros y renacer con la belleza y la alegría de hace casi setenta años? ¿Podrán los niños del presente contarle a sus hijos sobre heroicas hazañas de cómo recuperaron sus casas, sus juegos, sus ilusiones que les permitió crecer en la misma tierra donde nacieron? ¿ O tendrán que emigrar a lo desconocido buscando el pan que allí se les niegue?

Esperanza E. Serrano

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