Por Aimée Cabrera.
La Habana presenta un panorama inquietante debido a la gran sequía que la afecta hace unos tres años, desde aquellos 3 huracanes de gran intensidad que pasaron por la capital y que trajeron fuertes precipitaciones.
Ahora que ocurren los fuertes vientos del sur, propios de esta época del año, el aire golpea en el rostro y el cuerpo lleno de basuras y polvo. Las personas de todas las edades sufren estados gripales que parecen no terminar. De forma irónica se les llaman “las temporadas”, como si fueran series televisivas, porque hay quienes ya están en la segunda o tercera temporada.
Ninguna medida profiláctica masiva se ha tomado por parte del gobierno capitalino y de las instituciones a cargo de la higiene y la salud de los ciudadanos. Las recogidas de basura demoran, los desechos aparecen tirados alrededor de los depósitos, y en las noches estas áreas son focos de insectos y roedores.
Los programas de la televisión que brindan información para la salud se hacen eco de alertar a la población contra la tuberculosis o la leptospirosis. Enfermedades muy controladas como éstas y otras, hasta hace unos años, se convierten de nuevo en peligro mortal.
No hay agua suficiente en la ciudad, ni abastecimientos agrícolas variados, propios de la época, tampoco hay medicamentos. Se dificulta la adquisición de analgésicos y otras medicinas demandadas. Pronósticos meteorológicos predicen una temporada ciclónica activa, con varios huracanes intensos.
Solo queda imaginarse que de pronto ocurra un fenómeno atmosférico que devaste en un santiamén a este pequeño país en aparente calma. Habría muy poco, para garantizar lo más mínimo.
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