Barcelona/ Mambises en A/ El pueblo cubano es por tradición un persistente consumidor de todo tipo de dulces, así ha sido durante más de doscientos años desde que la isla se convirtió en uno de los principales productores de azúcar del mundo, llegó incluso a ser definida por Jean Paul Sartre en los años sesenta del siglo veinte como la "Isla Diabética", debido al consumo desorbitante de azúcar por sus habitantes.
Se puede afirmar que los cubanos –de forma general- son consumidores compulsivos de azúcar en sus más variadas formas y aplicaciones, por lo que para ellos los dulces no son postres, sino una incontrolable y primaria necesidad.
La tradición consagró a algunos dulces como aliviadores del hambre de los más pobres, en esa categoría figuraban: el masarreal, el boniatillo, la tortica de Morón y el dulce de coco; pero las agudas necesidades económicas por la ineficiencia del sistema político para generar bienestar público, han convertido a los dulces, desde los más finos hasta los más populares, en productos inalcanzables.
Muchos de ellos se comercializan en CUC (peso cubano convertible), se pueden ver en las tiendas o kioscos por divisas en las vitrinas. El precio de un masarreal es de 25 centavos, equivalente a seis pesos y cincuenta centavos en CUP, moneda nacional; la tercera parte un día de trabajo de un trabajador promedio en el país.
Otros dulces como el montecristi, la marquesita o una rosca cubierta de chocolate valen 35 centavos en CUC; pero una señorita cuesta 50 centavos en CUC lo que equivale a doce pesos con cincuenta centavos en moneda nacional. Todo esto en lugares que no son de primera categoría, porque por ejemplo en las antigua cafetería “Pain de Paris”, hoy Dulcinea del Goloso, la mayoría de los que se ofertan están por encima de 1 cuc.
Como puede apreciarse el pueblo cubano va dejando de ser un pueblo con acceso al azúcar, esos dulces tan cotidianos a través de su historia se han hecho inaccesibles, sólo pueden adquirirlos unos pocos privilegiados.
Algunos recuerdan –con tristeza- que antes con lo que hoy se adquiere uno de estos masarreales se podían comprar ciento veinticinco.
Todo el mundo sabe que con el tiempo el valor del dinero cambia, pero también aumentan las condiciones de vida y eso no ha pasado en Cuba.
Para un anciano jubilado, o una persona pensionada pensar en un buen masarreal suele ser una idea extravagante, y adquirir una señorita, es una locura.
Mientras los comercios en divisas guardan tras sus cristales la imagen de estas delicias, algunos hasta pudieran creer que son cosas venidas de una región muy lejana, y la popular frase del ex presidente Ramón Grau San Martín: “Hay dulces para todos”, además de haber quedado en el olvido está en desuso para los cubanos.
El masarreal pasó a ser de algo comestible que llevaba puesto la camiseta de solar, a un señor muy vestido muy caro con traje, cuello y corbata.
Informó desde La Habana, Cuba, Misael Aguilar Hernández, Red Cubana de Comunicadores Comunitarios.
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