jueves, 14 de octubre de 2010
En busca de un sueño
Por Aimée Cabrera.
El domingo 10 de octubre un anuncio publicado en el diario Tribuna de La Habana bajo el título de “Ausente de su domicilio”, mostraba una foto de una joven de 20 años, embarazada, que padece retraso mental, y que desde el 24 de septiembre salió de su casa con su hija de 8 meses y no han regresado.
El aviso deprime porque en la actualidad, son muchas las jóvenes que viven situaciones nada halagüeñas para sus edades. Y hay quienes no tienen retraso pero nacen y crecen en familias donde la violencia doméstica los envuelve de forma negativa, provocando que se conviertan en padres, cuando aún tienen edad para estudiar y divertirse.
Dianelys tiene 21 años. Su niño de 3 años quiere estar todo el tiempo a su lado. La extraña cada mañana cuando ella va para su trabajo como sirvienta en una casa particular. Le pagan $30.00 CUC mensuales, por asistir de lunes a viernes de 8 a 4 de la tarde, para lavar, limpiar y cocinar.
Esta mamá que hace muy poco dejó la adolescencia relata los últimos años de su vida: “A los 18 conocí al padre de mi hijo. El está casado pero yo no lo sabía. Me hice su mujer y cuando estaba para parir me dejó. Como no es de la Habana y me engañó, no lo vi más nunca. La verdad me la dijo su amigo el dueño de la casa donde nos veíamos, que ya no vive en Cuba”.
“Soy una madre soltera. Mi mamá me cuida al niño para que vaya a trabajar pero no me ayuda en otra cosa. Cuando llego a la casa tengo que ponerme a hacer todo lo mío, para levantarme al otro día antes que amanezca, porque vivo bastante lejos de mi trabajo”, concluye.
La sociedad cubana actual padece de una indolencia sin límites. Las personas que deben dar ejemplo a los más jóvenes se aíslan de ellos, o los enseñan a depender del alcohol, a practicar la prostitución, a cometer robos y otros delitos, siempre con la atenuante de que con esas prácticas pueden mejorar las deplorables condiciones de vida que enfrentan en sus hogares.
Otros mayores, sin embargo, se hacen los receptivos pero prefieren no buscarse problemas y consienten criterios juveniles que en ocasiones no son correctos. De esta forma, se convierten en cómplices de todo tipo de fechorías y actos degradantes, o ven caer en desgracia a quienes urgían de un apoyo o consejo sincero.
Maikel, con 23 años recuerda su infancia y adolescencia como etapas tristes y trágicas. Tanto él como su hermana, dos años menor, sufrieron las golpizas de su padres alcohólicos, “nunca tuvimos un juguete, ni una ropa nueva, en la escuela se burlaban de nosotros, una vecina nos regalaba lo que sus hijos dejaban de usar, por eso ahora vivo solo, me visto como me gusta y ayudo a mi hermana que ya se casó, no pierdo mi tiempo en ir a ver a “los viejos”, ellos saben donde vivo”, dice el joven mientras mira la hora en su Rolex.
Lorena y Mónica son hermanas gemelas, ellas estudian el tercer año de una carrera universitaria. Ambas han recibido el calor de su familia y sueñan con trabajar en lo que realmente les gusta. Lorena está de acuerdo con su hermana. Mónica opina que “no es fácil la vida para los estudiantes. Los padres tienen que mantenernos. Tenemos muchos gastos. A veces me tengo que sobreponer porque me dan ganas de dejar la carrera, hacer algo que me de dinero, tener lo mío…”
No se puede dejar de pensar en los que siendo jóvenes están a la caza de cómo irse del país. Para algunos es una obsesión. Adrián ha tratado de irse 3 veces de manera ilegal. Su madre se ha enfermado de los nervios por esa razón. “La pura (madre) quiere que yo siga aquí en esta obstinación, y yo voy a seguir, hasta que me vaya, ella lo va a tener que entender un día, es mi vida, es mi felicidad”-exclama el joven.
O las que piensan como Yanisei, quien no mira a ningún joven cubano de su edad, y aspira a tener una relación estable con un extranjero. Ella habla alto y se ríe de sus criterios: “Ningún cubanito me va a dar lo que yo quiero”- y se pasa las manos por sus ropas de marcas relucientes, la bella joven agrega: “esto no da tiempo para estudiar, ni para nada, aquí lo que hay es que irse o empatarse con alguien que valga la pena”.
Estos jóvenes reseñados quizás no constituyan mayoría, en cuanto a las estadísticas publicadas de manera oficial, donde aparecen cifras de miles que sí estudian y trabajan, pero lo cierto es que hay otros miles que desandan las calles de la Isla en busca de los sueños que no han podido alcanzar.
Tanto la familia como la escuela, y en el caso de quienes comienzan a laborar siendo adolescentes, sus colegas de más edad deben interiorizar que los jóvenes necesitan no solo ver el buen ejemplo a seguir, sino oír un buen consejo, o al menos ser escuchados y respetados . Ellos serán, sin lugar a dudas los hombres y mujeres del mañana, los que tendrán el peso de la sociedad, los que serán a su vez, ejemplo a imitar por su descendencia.
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