martes, 9 de febrero de 2010

ODA A LA EMIGRANTE

Por Roque Castel. Colabora con Hablemos Press.


 

Trasnochando la gaviota sobre las ruedas de una ola

convertida en constelación y en polizonte

vínose a caer sobre las murallas de un castillo de arena

y presa en las mazmorras del temor

renunció a sus alas perdida en la soledad.


 

Pobre gaviota, que la viste un lagrimal de desesperación.

Pobre gaviota que aún cree en la magia del eclipse y los abanicos

embajadora de fantasías y fúnebres poemas

era una gaviota con espejuelos

y delirio de inseguridad.


 

Érase una vez una gaviota... que no sabía nada de amor

y sorprendiese al ver sus tejidos llenos de esa cosa

que hasta entonces le parecía cosas de náufragos y marineros.


 

Así, henchida de un suspiro, viene a su pico

el eco de un gemido envuelto en viento

y una caricia desbordada de vida.

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