Por Roque Castel. Colabora con Hablemos Press.
Trasnochando la gaviota sobre las ruedas de una ola
convertida en constelación y en polizonte
vínose a caer sobre las murallas de un castillo de arena
y presa en las mazmorras del temor
renunció a sus alas perdida en la soledad.
Pobre gaviota, que la viste un lagrimal de desesperación.
Pobre gaviota que aún cree en la magia del eclipse y los abanicos
embajadora de fantasías y fúnebres poemas
era una gaviota con espejuelos
y delirio de inseguridad.
Érase una vez una gaviota... que no sabía nada de amor
y sorprendiese al ver sus tejidos llenos de esa cosa
que hasta entonces le parecía cosas de náufragos y marineros.
Así, henchida de un suspiro, viene a su pico
el eco de un gemido envuelto en viento
y una caricia desbordada de vida.
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