sábado, 13 de febrero de 2010
Pasos de mi niñez
Por Roque Castel. Colabora con Hablemos Press.
Era la calle, torbellino de pasos, yo en ella, un paso más y hasta ella misma. Era la calle, un pedazo de noche sin esquinas.
Un silencio enredado por debajo de la acera con otros secretos.
Una indecisa aventura de inquietos movimientos.
Era la calle un vertedero de cadáveres jóvenes de una lluvia fría
Era calle y miedo a la vez, sin luna, sin oficio, sin mentiras.
Un sol, sin vientos entre ocasos perdido.
Un mudo proceder de incautos deseos en papel de celofán.
Yo un sitio inmóvil del tiempo, sin coordenadas ilusas sumergidas en anhelos. Yo en lo alto del ego destripado, ese que nos acompaña a veces. Perdido entre las hojas caídas de las despedidas de esas que se amontonan por siempre.
Yo con los dedos entrelazados intentando anudar una nube
y decapitar el azar de los intrusos le abrí el vientre a la suerte, bebí del veneno de la añoranza, lloré cicatrices mientras me volvía camino.
Y al final de todo pude encontrarte.
Era la calle una diana sujeta a la tierra
con escaleras a ambos lados y pleitos en las ventanas.
Era la calle un circo de sorpresas, un circo de miradas, un circo de preguntas.
Era la calle una maniobra eficaz de sumisas hazañas.
En varias direcciones los árboles plantados parecían gritar.
Un galope intenso era la calle, una trampa tendida ante cada puerta, y un océano seco de multitudes sordas.
Yo, cual caracol lento naufrago insensato sin bolsillos y sin cartas, seguí con todas mis gotas de sudor a cuestas llevándomelo todo en un recuerdo, en una bolsa de piel, atada a la espalda.
Yo, con el cantar de las azucenas y el trinar de los adoquines solo pude parar, en ese preciso momento en que tú me miraste.
Ahora, yo y la calle, juntos de nuevo, en un lugar cualquiera, volvemos a buscarte…
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